Desde 1576 Santa Teresa tenía pensado fundar un convento en Burgos, pero la idea se fue posponiendo. En 1577 una desafortunada caída de una escalera hace que se disloque el brazo izquierdo. En 1580 contrae el que llamaron “el catarro universal”, que la lleva casi a la muerte. Tras esta enfermedad ella dice sentirse acobardada y anciana. Por miedo al frío de Burgos piensa en un primer momento no venir en persona a la fundación, pero una voz interior le dice:
“No hayas miedo de esos fríos, que yo soy la verdadera calor (…) y no dejes de ir en persona que se harán gran provecho”
El 2 de enero de 1582, la Santa sale de Ávila, acompañada de sor Ana de San Bartolomé, de su sobrina Teresita de Cepeda y del Padre Gracián y tras algunas paradas en sus fundaciones de Medina del Campo, Valladolid y Palencia, llega a Burgos el 26 de Enero. El viaje fue realmente penoso y más para una mujer de su edad y con una delicada salud: aguas, fango, ríos desbordados, carretas atolladas, mulos bravos...
Se aloja cerca de un mes en casa de doña Catalina de Tolosa, que pondrá no solo su casa, sino sus bienes y sus amistades al servicio de la fundación. Gracias a la influencia de Doña Catalina, el Concejo de la ciudad ya había autorizado el establecimiento de las Carmelitas el día 7 de noviembre de 1581.
A Santa Teresa no le resultará fácil obtener permiso del arzobispo Cristóbal Vela, que no hará más que poner trabas a la fundación del convento de carmelitas, a pesar de conocer a la santa, ya que habían sido vecinos en Ávila y a las dos familias, los Vela y los Cepeda, les unía gran amistad.
Don Cristóbal negará pertinazmente a la Santa no sólo la fundación, sino la celebración de la Eucaristía a domicilio. Por eso, durante su estancia en casa de doña Catalina, la Madre y las demás monjas acuden a oír misa a la Iglesia de San Gil.
Serán varios los caballeros burgaleses que apoyan a la Santa en su Fundación, casi todos amigos de Gracián, antiguos condiscípulos de universidad. Sobresale entre ellos, “el doctor Manso” (Pedro Manso de Zúñiga), canónigo de la catedral, futuro Obispo de Calahorra, ahora casi el único capaz de influir en el Arzobispo en pro de la causa teresiana.
El 23 de febrero se traslada al Hospital de la Concepción, entonces en las afueras de la ciudad, y reside en él hasta el 18 de marzo. Teresa, siempre positiva, cuenta las peripecias de su traslado y lo estupendo de su nuevo alojamiento en el Hospital de la Concepción, del que dice es un primor de modernidad y donde sin salir del recinto pueden acudir a la eucaristía cotidiana.
Parece ser que la realidad no era tal, porque el espacio cedido a las monjas estaba sobre una galería de enfermos en la que había 26 camas. Aquel espacio cerrado y ocupado por enfermos generaba un aire espeso de malos olores que invadía las estancias de las carmelitas.
Fue en este barrio de San Cosme donde aconteció una anécdota simpática que cuenta la santa. Dando un paseo por el barrio en el grupo de monjas que acompañaban a santa Teresa las había jóvenes y bien parecidas y en el barrio había mozalbetes que guiñaban, las piropeaban y algún grupo de gente debió de decir alguna incongruencia a las monjas, entonces el fraile que las acompañaba se sintió ofendido y quiso replicar a los entrometidos; y a la Santa se le escapó:
¡Déjelos, mi padre, qué son unos chamarileros!
A los vecinos cayó en gracia lo de chamarileros y a los pobladores del barrio les gustaba llamarse así y que así les llamasen.
El 16 de marzo de 1582 se ratificó la venta de la casa de Mansino, cercado, corrales, huerta y árboles de fruto. La acomodación de la casa comenzó inmediatamente. Se trasladaron ella y las monjas a la nueva residencia el día de San José, sin mucho trabajo, porque del hospital de la Concepción poco tenían que llevar. Ya cumplían el requisito que había impuesto el arzobispo de contar con casa propia, pero que se hubiesen trasladado a la nueva casa sin su licencia le había enfadado mucho. Tampoco tenían licencia para celebrar misa y de nuevo tenían que salir al hospital de San Lucas que estaba cerca. Quedaba el fleco de la renta mínima exigida por su ilustrísima, último pretexto para no conceder la licencia. De nuevo Catalina de Tolosa salió en su socorro aportando buena parte de esta renta, que junto con otros vecinos se vio completa.
Por fin, el arzobispo les concedió licencia el 18 de abril. Le dieron el nombre de convento de San José de Santa Ana.
La madre conoció una de las riadas más importantes sufridas por el río Arlanzón el 24 de Mayo, viéndose obligadas a refugiarse en el piso superior del convento ya que el inferior estaba totalmente anegado por el agua.
La fundación ya estaba terminada y debía seguir camino. Llamada por la duquesa de Alba se dirigirá a Alba de Tormes, donde fallecerá la noche del 4 de octubre.
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